Lo moderno y lo siniestro


Una vez más, parafraseo el título de Eugenio Trías alterando su forma natural. Espero que el autor me perdone a cambio de la admiración que profeso por él.

Aunque empiezo diciendo esto, no quiero, por más que me seduzca la idea, hablaros de este escrito de Trías. No obstante, desde aquí -y sin ir a comisión por ello-, os recomiendo leerlo.

Titulo este artículo así porque vengo a hablaros de esa cultura alternativa que se ha masificado en los últimos años dando lugar a lo que ahora conocemos como modernosmodernetasmodernawers o modermonguers entre otros apelativos cariñosos. Advertencia: el término gafapasta es empleado correctamente sólo cuando se refiere a alguien con similares referentes culturales que los de los modernos, pero con un intelecto que va más allá de escuchar MGMT nada más despertar. Esto es, son los modernos realmente sesudos.

Desambiguado el término, seguiré con los modernos. Son una plaga, de verdad. Los hay por todos lados. Los reconoceréis porque van con unas cuidadas pintas de personas descuidadas y llevan grandes auriculares enganchados a un iPod mini (cuanto más mini, más moderno eres). Les gusta cualquier cosa emergente que suene a raro y a viejuno. Por ejemplo, les encanta Murakami, lo cual no tacha de modernos a los fans de Murakami ni mucho menos; les encantan los Beatles, no porque los hayan escuchado desde siempre ni nada de eso, sino porque desde que H&M comercializa camisetas con estampados de ellos y de los Rolling Stones parece más fácil hacerse fan de estos grupos. Quiero decir, que prima el postureo sobre el gusto real por algo, que se autoconvencen de que Janis Joplin mola porque pertenece a la Beat Generation y, claro, eso da mucho rollo.

A un moderno no le preguntes qué es Mercromina, que es tal vez uno de los grupos más Indie que ha dado este país, porque no lo va a saber. Lo que se hizo en los 80 y los 90 sólo mola si llega desde EEUU o desde Reino Unido, pero si se ha hecho en España casi que no. Lo mismo pasa con el cine y con otras doctrinas culturales. Lo guay es leer a Murakami en tu Kindle o llevar algún ejemplar de Tokio Blues en una mochila de cuero. El moderno es demasiado pijo para ser hippie y demasiado hippie para ser pijo. Demasiado básico para ser gafapasta (aunque las gafas de algunos indiquen justo lo contrario) y demasiado gafapasta para ser monguer. El moderno pertenece a ese grupo indefinible si no es a través de ese mismo adjetivo: moderno. Es moderno porque le pirra todo lo antiguo -que no es antiguo, es Vintage– y a la vez siente una fascinación por referentes base del arte contemporáneo como Picasso o Dalí. Tampoco penséis que se van muy lejos buscando ídolos. Preguntadle a un moderno por Faulkner, sin iros mucho más allá, y esperad a ver su cara de desconcierto y a escuchar un «cri, cri, cri». El gafapasta, en cambio, conoce a Faulkner y adora su prosa por motivos que un moderno no entendería. El motivo es simple: Faulkner sobrepasa el postureo. A Faulkner, como a Hemingway, hay que querer leerlos por gusto y movidos por un impulso intelectual que lo último que persigue es el postureo modermonguer.

La delgada línea que separa al moderno del gafapasta es, fundamentalmente, el intelecto. Todos llevamos un moderno dentro, la diferencia estriba en el cultivo intelectual del que le proveemos. En nosotros está la responsabilidad de ser gafapastas o quedarnos en modernos simplemente.

Entender el humor de Muchachada Nui y alegrarte la vida con él es gafapasta, poner en tu muro el archiconocido vídeo de Enjuto Mojamuto es de modernos. Bromear sobre la Aldea Global de McLuhan y las paradojas que ésta encierra es de gafapastas, quedarte en «el perro de Pavlov» es de modernos. El gafapasta es como el buen periodista: tiene gusto y mucha curiosidad, y siempre quiere conocer más, siempre quiere llegar más alto en la pirámide de los estamentos mentales. El gafapasta está provisto de un humor peculiar, mientras que al moderno del «jejeje» no lo saques. Y lo más importante: el gafapasta sabe en todo momento que le queda muchísimo por aprender, mientras que el moderno se ve ‘sobráo’ en lo que a conocimientos respecta.

Supongo que miles de modernos querrán verme arder ahora mismo si han conseguido llegar a esta parte del texto. A esos valientes, les haré saber que yo también uso gafas de pasta gruesa y adoro a Bob Dylan, pero también me apasionan las secuencias de Erich Von Stroheim y los versos de Ezra Pound. Me apasionan el humor absurdo y la sátira, y no creo que Love of Lesbian sea el culmen del indie español.

Esto no es más que un intento de removeros la conciencia (y, de paso, la paciencia). Perdonadme la pedantería, la semana que viene os compenso con algo más naïf. Antes de irme, os dejo un vídeo que espero que como poco os haga reír y os muestre los matices entre lo gafapasta y lo moderno. De paso, os diré que yo también me pregunto por qué, a base de detalles como este texto, me empeño constantemente en caerle mal a todo el mundo.

Estefanía Ramos